lunes, 10 de agosto de 2020

No olvidar el pasado


Los seres humanos tenemos la tendencia de olvidar y obviar el pasado, nuestra mente a veces nos juega trucos de magia haciéndonos relacionar el pasado desde la perspectiva del presente. Este pensamiento me asaltó escuchando una entrevista a un celebérrimo criador vía whatsapp. La disponibilidad de las herramientas de conectividad y las redes sociales nos conectan de forma inmediata con miles de aficionados intercambiando información, recibiendo consejos o disfrutando de un video o una grabación de un evento que sucede a miles de kilómetros de nuestra ubicación. Es fácil, intuitivo, hoy en día casi natural. Y es que olvidamos lo arduo que era todo en un tiempo no tan distante, infravalorando lo que la tecnología nos ha traído.

Recuerdo mi niñez, cuando recién había llegado a una esplendorosa Venezuela, de bonanza infinita y libre de las miserias producto insignia del socialismo. A la sazón contaba yo con 14 años y era un apasionado de la colombofilia, ávido devorador de los libros del doctor Victor Manuel Pérez Lerena, probablemente el más brillante colombicultor cubano. Dejé atrás muchos amigos, “viejos” de treinta y cuarenta y pico. El choque traumático del cambio de costumbres y el lingüístico; en términos de expresiones y acentos, no tardaron en despertar los sentimientos de añoranza y la necesidad de comunicarme con mi mundo anterior. Corría el año 1977 y las comunicaciones eran mayormente epistolares, el teléfono era una opción limitada por su costo y el fax un recurso de urgencia al igual que los telegramas. Para hacer una llamada internacional había que marcar a una operadora (122) hasta que paulatinamente se instauró el DDI (Discado Directo Internacional). Así las cosas, las cartas eran mi vía de escape, le escribí a mis abuelos, a mis amigos colombófilos, a mis amigos del colegio, etc. No todos respondían, y es que no se trataba solo de escribir sino de pesar la carta y colocarle el sello adecuado para asegurar que llegara exitosamente a su destino. Luego venían las ansías y la expectación diaria de revisar el buzón con el corazón acelerado. Incomparable. Sentimiento hoy en día desaparecido e incomparable con la inmediatez y lo rutinario del correo electrónico.

Imaginemos ahora aquel pasado para los aficionados de los años 60 y 70. La canaricultura en Venezuela, en la Argentina y en general en latino-américa es un aporte de la migración europea abanderada por españoles, lusitanos e italianos. Grandes cuantías de canarios llegaban de Europa regularmente con muy poca información de su origen y criadores. La información volaba de boca en boca, a veces a través de paupérrimas referencias en revistas o por medio de un juez traído para los concursos que se convertía a la vez en ídolo y predicador. Los intercambios ofensivos, las criticas y las alabanzas tenían su escenario en las contadas revistas que publicaban algunas sociedades o la federación ornitológica. Los criadores exitosos eran pequeños dioses, dueños de los secretos que guardaban con especial tesón. Muchos mitos nacieron en aquella época que hasta hoy perduran. Fue una época de encanto, diferente a la que hoy disfrutamos, aprovechemos al máximo lo que la tecnología nos brinda y valoremos las dificultades del pasado, así como a los canaricultores que supieron llevar a buen puerto la afición que hoy en día nos une.


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