Como todos los domingos me desperté con los
primeros rayos de sol que encontraban pequeños resquicios en la unión de las
persianas, el sonido de los canarios en la terraza llegaba atenuado a través de
la puerta que la separaba del resto de la casa. Después de trabajar arduamente
durante toda la semana, los fines de semana eran como un oasis en el medio del
desierto, subo rápidamente las escaleras escoltado en ambos flancos por Laika
una preciosa Golden Retriever y por Triki, una Schnauzer traviesa de pelaje
negro grisáceo y mirada vivaz. Me siento en la silla frente a las voladeras y
cierro los ojos, escuchando los repasos, me concentro y trato de descifrar algún
giro que se parezca al que emiten los maestros, no es fácil.
Transcurrido un buen rato, comienza la rutina
dominical de limpieza y alimentación, hago tiempo, hoy como muchos domingos, voy
a visitar a Emilio Guilarte, único responsable de haber vuelto a los timbrados
tras más de diez años alejado de esta afición por circunstancias mayormente
laborales. Emilio vivía relativamente cerca de mi casa, a unos cinco
kilómetros, distancia que se podía hacer andando, pero no recomendable debido a
las altas tasas de criminalidad en la ciudad. Sé que tengo el tiempo limitado,
Emilio se va a misa a las once, dispongo de dos horas para aprender y para una
buena charla. Emilio está lleno de conocimientos, el haber obtenido una medalla
de oro en el mundial de Bélgica despertaba mi admiración, cruzar el “charco” de
8000 kilómetros por unos canarios requiere verdadera pasión. Siempre le
preguntaba por ese concurso con la esperanza de que se le escapara algún detalle
adicional. Lo otro era escuchar entre sorbos de café y comentar entre nota y
nota las virtudes de alguno de sus maestros. Emilio era muy metódico y siempre
criaba sólo 30 pichones, ahí cortaba la cría independientemente de si lo
lograba en un mes o le costaba tres meses. Sólo criaba con 8 hembras nuevas (de
la pasada temporada) y cinco machos, solía criar muchas veces dejando al macho
siempre y cuando no fuera un maestro - ayuda mucho a la hembra – decía.
Para mí esto de la canaricultura del timbrado
es como montar una bicicleta, primero tienes que andar con las rueditas a los
lados, luego te van dando impulso y recorres pequeñas distancias,
posteriormente llega el momento EUREKA, cuando ya la montas solo. Ahí ya sabes
montar en bicicleta, pero tienes que saber que ruta tomar y no equivocarte de
dirección, en esencia, tienes que saber a dónde quieres llegar y no solo saber
montar la bicicleta. Emilio siempre supo hacia cual dirección girar el timón,
tuvo plena conciencia de sus capacidades y de sus limitaciones, y entendió
cuando retirarse de competir para sólo dedicarse a disfrutar del canto de sus
canarios, su familia tomó un lugar aún más preponderante en esos últimos años
que antecedieron su partida.
Mi
tiempo en la canaricultura del timbrado siempre estarán marcados por Emilio y
sus enseñanzas, no sólo en la canaricultura sino en su filosofía de vida,
sencilla pero lleno de pequeños detalles que hacían relucir su don de gente.
Muy bueno Ernesto saludos
ResponderEliminar