Los seres humanos tenemos la tendencia
de olvidar y obviar el pasado, nuestra mente a veces nos juega trucos de magia haciéndonos
relacionar el pasado desde la perspectiva del presente. Este pensamiento me
asaltó escuchando una entrevista a un celebérrimo criador vía whatsapp. La disponibilidad
de las herramientas de conectividad y las redes sociales nos conectan de forma inmediata
con miles de aficionados intercambiando información, recibiendo consejos o
disfrutando de un video o una grabación de un evento que sucede a miles de kilómetros
de nuestra ubicación. Es fácil, intuitivo, hoy en día casi natural. Y es que
olvidamos lo arduo que era todo en un tiempo no tan distante, infravalorando lo
que la tecnología nos ha traído.
Recuerdo mi niñez, cuando recién había
llegado a una esplendorosa Venezuela, de bonanza infinita y libre de las miserias
producto insignia del socialismo. A la sazón contaba yo con 14 años y era un
apasionado de la colombofilia, ávido devorador de los libros del doctor Victor
Manuel Pérez Lerena, probablemente el más brillante colombicultor cubano. Dejé
atrás muchos amigos, “viejos” de treinta y cuarenta y pico. El choque traumático
del cambio de costumbres y el lingüístico; en términos de expresiones y acentos,
no tardaron en despertar los sentimientos de añoranza y la necesidad de comunicarme
con mi mundo anterior. Corría el año 1977 y las comunicaciones eran mayormente
epistolares, el teléfono era una opción limitada por su costo y el fax un
recurso de urgencia al igual que los telegramas. Para hacer una llamada
internacional había que marcar a una operadora (122) hasta que paulatinamente
se instauró el DDI (Discado Directo Internacional). Así las cosas, las cartas
eran mi vía de escape, le escribí a mis abuelos, a mis amigos colombófilos, a
mis amigos del colegio, etc. No todos respondían, y es que no se trataba solo
de escribir sino de pesar la carta y colocarle el sello adecuado para asegurar
que llegara exitosamente a su destino. Luego venían las ansías y la expectación
diaria de revisar el buzón con el corazón acelerado. Incomparable. Sentimiento
hoy en día desaparecido e incomparable con la inmediatez y lo rutinario del
correo electrónico.
Imaginemos ahora aquel pasado
para los aficionados de los años 60 y 70. La canaricultura en Venezuela, en la Argentina
y en general en latino-américa es un aporte de la migración europea abanderada
por españoles, lusitanos e italianos. Grandes cuantías de canarios llegaban de Europa
regularmente con muy poca información de su origen y criadores. La información
volaba de boca en boca, a veces a través de paupérrimas referencias en revistas
o por medio de un juez traído para los concursos que se convertía a la vez en ídolo
y predicador. Los intercambios ofensivos, las criticas y las alabanzas tenían
su escenario en las contadas revistas que publicaban algunas sociedades o la
federación ornitológica. Los criadores exitosos eran pequeños dioses, dueños de
los secretos que guardaban con especial tesón. Muchos mitos nacieron en aquella
época que hasta hoy perduran. Fue una época de encanto, diferente a la que hoy
disfrutamos, aprovechemos al máximo lo que la tecnología nos brinda y valoremos
las dificultades del pasado, así como a los canaricultores que supieron llevar
a buen puerto la afición que hoy en día nos une.
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